"La victoria podrá quedar en los libros, pero la forma de conseguirla queda en la cabeza de la gente"
Corría el año 1985 cuando el Parma, por aquel entonces en las categorías humildes del Calcio, se hacía con los servicios de un prometedor entrenador italiano, un ex defensa que nunca llegó a vestir la ‘nazionale’, pero que pasaría a formar parte de la historia viva de este deporte. Desde el Rimini Calcio aterrizaba Arrigo Sacchi, como decimos, un ‘revolucionario’, unas ideas diferentes para un fútbol especial. Dos años le bastaron para ascender, eliminar de la Coppa a su futuro equipo y ser elegido para liderar a un histórico en horas bajas, un AC Milan que no pasaba por su mejor etapa, un AC Milan que deseaba y debía volver por sus fueros.
Milán, ciudad de la moda, los negocios y el gusto por la estética, la Catedral del Duomo, la de las obras de Leonardo y las de Miguel Ángel. Hasta allí llegaría Arrigo Sacchi, finales de los ochenta y un equipo que no precisamente atravesaba su momento más dorado, escándalos de corrupción, apuestas y varios descensos sacudían el tejado de un club histórico. La salida de Giuseppe Farini supuso que un poderoso empresario ocupará el cargo, su nombre, Silvio Berlusconi, si, él. Indudablemente, los éxitos del club de su ciudad natal, vienen ligados a su figura y a un importante desembolso económico que supuso la ‘resurrección’ del club rossonero.
Fue precisamente Berlusconi quien confió en la figura de Sacchi para relanzar a su plantel, un inicio titubeante no impidió que Silvio, fiel a sus principios, diese la confianza y el tiempo necesario a su nuevo director de orquesta para que afianzara su trabajo, su idea de fútbol, su idea revolucionaria de fútbol. Y digo revolucionaria, a riesgo de ser repetitivo, porque en un país donde primaba la defensa, donde el ‘Catenaccio’ era la forma de entender el balompié y el contragolpe la manera de ganar partidos. El nuevo Milan de Sacchi enterraba este concepto, suponía el inicio de una forma diferente de ganar puntos, de pasar eliminatorias y conquistar títulos. Un ‘enfermo’ táctico, la precisión a la hora de formar las líneas, el movimiento sin balón, un baile perfecto acorde a la música.
Colocaba el entramado defensivo cercano al medio campo, los delanteros eran los primeros en iniciar la recuperación e hizo del fuera de juego una máquina infranqueable, ¿el ahora famoso doble pivote? Obra de Arrigo. Para que ésta máquina de Sacchi fuese perfecta, necesitaba de una figura que hiciese de míster dentro del campo, que no sólo supiese la lección al pie de la letra, sino que la plasmase en el rectángulo de juego. En Baresi encontró su imagen en el campo, ese jugador que dirigía la orquesta milanesa desde la zaga. Nada a su espalda y todo controlado, desde allí atrás nacía todo, desde la defensa se iniciaba el ataque, desde el ataque se empezaba a defender.
Junto al italiano, un tal Costacurta, Tasotti y el otro, el otro era un jóven que despuntaba en el primavera rossonero, desde Milanello llegaba Maldini, creo que algo os suena, ¿no? Delante de ellos e infringiendo una presión asfixiante al rival, lo que conseguía que la recuperación del esférico fuese rápida y sin apenas sufrimiento físico, Sacchi confiaba en Ancelotti, Colombo, Donadoni y el primer holandés del conjunto milanés, Frank Rijkaard. Y digo primer, puesto que otra de las claves de este equipo fueron sus ‘tulipanes’, ese trío procedente de Amsterdam que hizo las delicias del aficionado. Rijkaard, Gullit y Van Basten llegaban bajo legado de Johan Cruyff y el dinero de Berlusconi, claro.
Un equipo estudiado y ordenado que pasaría a la historia, que es historia. A los mandos y dirigiendo, un amante de la innovación, innovación que el fútbol agradece, el Milan agradece y que siempre estará presente, la figura de Sacchi, ese loco del balón que un día llegó e hizo las delicias del Calcio italiano, del fútbol europeo, del panorama mundial. Destronar al Napoli de Maradona, dejar sin éxito europeo al Real Madrid del Buitre y vencer al por aquel entonces Steaua de Petrescu y Hagi.
No creo que hubiese dudas, por si acaso lo recordamos, ese lujo de equipo, ese Milan de Sacchi que en poco más de tres campañas levantó un Scudetto, dos Copas de Europa, dos copas Intercontinentales, dos Supercopas de Europa y una Supercopa de Italia. Tras su éxito en Milán, un subcampeonato del Mundo con la azzurra, aquel del 94 en Estados Unidos donde la tanda de penaltis le dejó sin el título, ese que logró Brasil, el de los Bebeto, Romario, Mazinho, Dunga, Raí… pero esto es otra historia, otra que seguro contaremos.
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